Los municipios de Sant Pere y Sant Antoni de Vilamajor forman parte de la comarca del Vallés Oriental. Limitan al Norte con el Montseny, el Pa de la Calma y el arroyo de la Buscona, afluente del Tordera; al Este, con la cuenca occidental de este río y los municipios de Sant Esteve y Santa Maria de Palautordera; al Oeste, con la cuenca oriental del arroyo de Cánoves y la montaña de Palestrins, y al Sur, con los municipios de Vilalba Sasserra y Llinars. Las actividades agropecuarias predominan en Sant Pete y Sant Antoni de Vilamajor, pero la industria también está presente. En el término de Sant Pere hay fábricas téxtiles, de muebles, del sector de la alimentación y de piensos. En Sant Antoni destaca la cría de ganado vacuno y porcino, la avicultura y diversas empresas textiles y de confección. En los últimos decenios, el turismo veraniego y de fines de semana, junto a los barceloneses que han escogido Vilamajor como según da residencia, han contribuido a modificar el paisaje agrario de este encantador rincón del Vallés con la proliferación de urbanizaciones.
Es muy probable que Vilamajor date de la época romana, como parece indicarlo el topónimo “Villa Magore” o “Villa Maiore” que figura en los documentos más antiguos conocidos, quizá como referencia a la hacienda de un potentado hispanoromano. En el paso del mundo antiguo al medieval (siglos V-VlII) el Vallés perdió población. La recuperación comenzó tímidamente en el siglo IX con la roturación de tierras yermas y la construcción de iglesias parroquiales. El fenómeno está bien documentado en Sant Pere de Vilamajor, donde se ha conservado, incrustada en la fachada de la iglesia actual, una lápida sepulteral del párroco Orila que, según reza la inscripción, falleció el año 872, a los ochenta años de edad. Se trata del primer sacerdote conocido de la localidad, que debía oficiar en una modesta iglesia prerrománica cuyos restos deben encontrarse hoy sepultados en el subsuelo del templo actual.
Las incursiones musulmanas de finales del siglo IX segura mente causaron un nuevo retroceso de población en el Vallés, al que siguió una segunda oleada repobladora, entre 910 y 930, estimulada esta vez por el conde de Barcelona, el obispo de dicha ciudad, el abad de Sant Cugat y la abadesa Emma, de Sant Joan de les Abadesses, hermana del conde barcelonés. A raíz de esta segunda fase repobladora se debió ampliar o reedificar la primitiva iglesia de Sant Pere, que los feligreses dotaron de tierras y censos.
Hacia el año 950, seguramente con ocasión de un cambio de titular en la parroquia, el levita Ervigi convocó a los cabezas de familia de la localidad y, con la ayuda de sus declaraciones, confeccionó el inventario de los bienes y censos del templo. Este documento, que denominaron políptico, ha sido estudiado por el profesor Anscari M. Mundo, de la Universitat Autónoma de Barcelona. Se trata de un documento xcepcional, que permite establecer una relación aproximada de la población de la parroquia (unas doscientas personas) además de aportar datos sobre cultivos, iveles de fortuna, toponimia y distribución del hábitat.
Durante siglos, la rectoría de Sant Pere conservó un riquísimo patrimonio documental forma do por escrituras y volúmenes, que abarcan desde el siglo X hasta nuestros días. Se trata de pergaminos, manuales de notario, inventarios de censos, registros de bautismos y defunciones y volúmenes de testamentos, fuentes preciosas para conocer la vida parroquial y cotidiana de una comunidad rural durante siglos; seguramente un caso único en Cataluña. En la actualidad, esta rica documentación está depositada parcialmente en el Archivo Diocesano de Barcelona.
Otro hecho que marca la excepcionalidad de Vilamajor es que, en plena época feudal, cuando la mayoría de pueblos de Cataluña pertenecían a la nobleza o a la Iglesia, Vilamajor formó parte del dominio real. Consecuentemente, sus habitantes disfrutaron de un régimen de libertades superior al de otros campesinos de señorío. Es más, en Vilamajor, sin duda en el emplazamiento de la actual iglesia de Sant Pere, hubo un castillo propiedad de los condes de Barcelona y reyes de Aragón que sirvide residencia temporal a la familia real, a sus colaboradores y a los embajadores de monarquías extranjeras que se desplazaban a Cataluña para entrevistarse son el Rey.
En el Archivo de la Corona de Aragón se conserva un pergamino que contiene las cuentas de gastos del “batlle” real de Vilamajor en el período comprendido entre la primera semana de junio de 1156 y el 25 de abril de 1157. Por él sabemos que la esposa de Ramón Berenguer IV, la reina Petronila, y su séquito estuvieron por estas fechas alojados cinco veces en el castillo de Vilaniajor. Las cuentas contienen curiosos pormenores sobre la dieta alimenticia de la reina y de sus acompañantes: “la reina llegó a Vilamajor y permaneció cuatro días. Gastó en pan once cuartas y el viernes y el sábado en huevos, quesos, aceites, lumbre, condimentos y cebollas, siete sueldos.
El domingo y el lunes consumió cinco cerdos, cuatro pares de capones y cinco pares y medio de po11os”. Estas mismas cuentas hablan del pago de una nodriza, sin duda una campesina de Vilamajor que fue ama de cría del príncipe Alfonso, futuro rey, nacido el 4 de abril de 1l54,en Vilamajor, según la tradición.
El castillo real se encontraba en una mota de Sant Pere, en el lugar donde actualmente se levanta la iglesia parroquial y donde antaño se encontraba también la iglesia románica, formando un conjunto —iglesia y castillo— identificado tradicionalmente con el nombre de La Força. Por su aspecto y dimensiones, la torre-campanario del templo actual, de unos 25 metros de altura, con muros de 1,6 metros de grosor en la base y exenta, parece corresponder a la torre de homenaje del viejo castillo. Sería, en este supuesto el testimonio más visible del mismo. ¿Cuántos testimonios deben quedar en el subsuelo?
En la construcción de esta torre se pueden detectar tres épocas distintas: una época románica, que es la del tramo correspondiente al primer piso rematado con una cornisa de arcos lombardos; durante el siglo XIII o a principios del XIV se construyó un segundo tramo, y ya en la Edad Moderna, a fin de dar cabida a gruesas campanas, se añadió un nuevo piso a los ya existentes, dándose a la torre el acabado que hoy tiene.
Como señores de Vilamajor, los condes-reyes, a través del “batlle” de Vilamajor y de Cardedeu, cobraban censos y obtenían subsidios de los vecinos de estas localidades. Como antes decía mos, una parte de las cuentas de estos administradores se han conservado en el Archivo de la Corona de Aragón, de Barcelona, donde han sido estudiadas por el profesor californiano Thomas N. Bisson, en un trabajo muy interesante sobre la hacienda real en el siglo XII, en el que las referencias a Vilamajor son muy numerosas.
La documentación de Vilamajor correspondiente al siglo XIII es más densa aún que la de siglos anteriores, traduciendo sin duda la idea cierta de que los campesinos del término habían entrado en una etapa de prosperidad. Geográficamente, la población y sus mansos se situaban en las cercanías del arroyo de Vilamajor, también llamada de Canyes, ligeramente al norte del núcleo actual de Sant Pere. A Levante y a Poniente de esta franja más poblada había algunos mansos dispersos (Can Parera, Can Tramunt). Pero quizá lo más significativo es que, hacia el Sur, siguiendo el curso del arroyo al gunos campesinos, surgidos sin duda del núcleo antiguo de Sant Pere comenzaban a establecerse en una zona llana y muy apta para el cultivo, donde antes, ya en el siglo X, había algunos mansos dispersos. En esta área, bajo el estímulo de privilegios reales, nacía una nueva población que durante siglos se llamará la Vilanova de Vilamajor y hoy llamamos Sant Antoni. En la elección del lugar debió jugar un papel importante la red viaria, el deseo de los hombres de Vilamajor de aproximarse a los núcleos vecinos y acortar distancias en el camino real que unía Sant Celoni, Vilamajor, Cardedeu y GranoIlers.
En la prosperidad del siglo XIII juega también un papel importante el desarrollo comercial y la madurez de la producción artesanal, actividades que están presentes en el Vilamajor del siglo XIII y que contribuyen a explicar el paso de un hábitat disperso a uno semiconcentrado.
Sant Antoni representa un principio de hábitat concentrado,hasta tal punto, que los reyes del siglo XIII se ven obligados a procisar minuciosamente el espacio y las dimensiones que deben tener las casas que en esta época se levantan en el naciente núcleo de la Vilanova. Prosperidad campesina, pero también prosperidad eclesiástica. Durante esta época, la iglesiade Sant Pere disponía de recursos económicos suficientes como para comprar tierras, casas y censos, hasta constituir un patrimonio nada desdeñable. Algunas familias de la parroquia, antes propietarias de la tierra, venden su patrimonio a la iglesia y se convierten en arrendatarios de la misma. Sobre estos y otros pormenores se extiende con de talle la documentación del archivo parroquial. Nos informa de las relaciones jurídicas en el interior de la comunidad rural, la importancia creciente de la emfíteusis, la presencia menor de las servidumbres, la construcción del molino. Este es un caso singular: Jaime I, señor de la villa, estando en su ciudad natal de Montpellier, en el Languedoc,concedió licencia y potestat a Ponç Sunyer de Vilamaior para que pudiera construir un molino en la localidad. El documento data deI 7 de marzo de 1258 y es un testimonio de la iniciativa campesina y del lugar que ocupaba Vilamajor en el ánimo réal.
Además, hay indicios de que los reyes Pedro el Católico y Jaime I, concedieron privilegios, quizá cartas de franquicias, que reforzaran la personalidad jurídica de los hombres de Sant Pere y Sant Antoni frente a sus vecinos, por ejemplo los hombres de Llinars que dependían dé la casa noble de los Corbera.
De esta época de crecimiento y expansión, que debió prolongarse hasta muy entrado el siglo XIV, datan no sólo los pergaminos del archivo parroquial, hoy conservados en el diocesano de Barcelona, sino también muchos archivos familiares menos conocidos y sobre todo, un rico conjunto de masías con restos de arquitectura gótica que dan buena cuenta del pasado medieval de Vilamajor.
Para la Cataluña rural, los siglos XIV y XV fueron siglos de agitación. Los remensas estaban descontentos con sus señores. Los campesinos de Vilamajor no parece que lo estuvieron con sus reyes, pero también se agitaron.
El profesor Manuel Riu, de la Universidad de Barcelona, a partir de documentos conservados en el Archivo de Santa María del Mar, ha estudiado un enfrentamiento entre campesinos de Llinars y de Vilamajor que se produjo en el siglo XIV que hizo correr mucha tinta. En el conflicto intervinieron notarios, jueces, señores y el propio rey. La refriega entre campesinos del rey y campesinos del señor del Castillo del Far encubre una realidad más compleja, que es la lucha por el poder político entre una monarquía que aspira a la centralización y unos señores feudales que no renuncian a sus privilegios.
En esta pugna entre el rey y los nobles, los campesinos habrían actuado como peones. A algunos campesinos de Vilamajor, los destrozos causados en mansos de Llinars les costaron días de cárcel, porque aunque el rey estuviera enfrentado con el señor de Llinars, debía garantizar por encima de todo la legalidad.
La vinculación de Sant Pere y Sant Antoni de Vilamajor a la jurisdicción real en el siglo XV viene corroborada por la existencia de unos interesantes “llevadora de cenes i questies reíaIs”, es decir, unas listas de contribuyentes por manos donde consta lo que cada manso pagaba al rey por los subsidios denominados “questía” y “cena”. Por estos inventa rios sabemos que al finalizar la Edad Medía, en Vilamajor había unos cien mansos, lo cual quiere decir que en los términos de Sant Pere y Sant Antoni vivían cerca de quinientas personas.
Estas líneas no quieren ser más que una modesta contribución al conocimiento de la historia de unos pueblos que han conserva do rastros excepcionales de un pasado denso y milenario.
MERCÉ AVENTIN i PUIG
(Universidad de Barcelona)
Article aparegut a La Vanguardia el 7 de desembre de 1986