1. Introducción
1.1. Que són los apellidos catalanes?
Entendemos por apellidos catalanes aquellas unidades antroponímicas que acompañan al nombre de pila y que han sido creadas directamente en lengua catalana o que viniendo de épocas anteriores o posteriores a la consolidación de esta lengua, se han adaptado a su idiosincrasia o que, por el tiempo transcurrido des de su introducción, son generalmente considerados como propios.
1 .1 La lengua cat alana
El catalán es una lengua románica hablada por mas de siete millones de personas en Cataluña (salvo el Valle de Arán, donde la lengua propia es el aranés, variante gascona del occitano), el País Valenciano (dónde la zona interior occidental es de lengua castellana, antiguamente aragonesa), las Islas Baleares, la Franja de Aragón (zona oriental de la comunidad autónoma), la zona del Carxe en la Comunidad Murciana, la Cataluña del Norte (actual departamento francés de los Pirineos Orientales), el Principado de Andorra y la ciudad italiana de Alguer (Alghero), en la isla de Cerdeña.
La lengua catalana es la única oficial en Andorra y, en el Estado español, es cooficial con el castellano en Cataluña, el País Valenciano (con el nombre de valenciano) y las Islas Baleares. En la Franja de Aragón está pendiente una ley que decida su estatus oficial y no goza de ningún reconocimiento en la región del Carxe, situación que en la práctica, con algunos matices, es la misma en la Cataluña del Norte y en Alguer.
En los principios de la romanística (s. XIX), el catalán estuvo englobado en el conjunto lingüístico occitano, entonces llamado preferentemente provenzal, y aunque actualmente no se duda de su independencia son verdaderamente dos lenguas gemelas (igual como sucede, por otro lado, con el español y el portugués). Dentro de las lenguas neolatinas se la clasifica en el grupo occidental y después de muchas discusiones sobre su pertenencia al ibero-románico o al galo-románico, actualmente parece que se la tiende a considerar una lengua puente entre ambos grupos o se la engloba en el occitanorománico (con el occitano y, según algunos, el aragonés).
Veamos seguidamente el resultado en catalán y otras lenguas próximas de diversas palabras latinas:
Catalán Occitano Castellano Portugués Francés
fum fum humo fumo fumée
deu detz diez dez dix
palla palha paja palha paille
ull uèlh ojo olho oeil
ou uou huevo ovo oeuf
2. Historia de los apellidos catalanes
En los siglos IX-X aparecen una serie de sobrenombres que vienen a complementar al nombre unipersonal que se había utilizado generalmente hasta la fecha y des de la caída del imperio romano. Así, dentro de la documentación aún escrita en latín, encontramos fórmulas como qui vocatur/nuncupatur??? “que se llama”, quem vocant “que llaman”, alio nomine “por otro nombre”, quem alio nomine vocant “que llaman con otro nombre” o cognomento (Wifredus cognomento Pilosus), fórmula que hallamos, pero raramente, durante el siglo XI, que remite al latín COGNOMEN “tercer nombre, sobrenombre” y que dará lugar a la palabra catalana cognom “apellido”.
En estos primeros tiempos, pero, el sistema corriente era utilizar un nombre de pila más el nombre del padre en genitivo, para pasar posteriormente a la simple yuxtaposición (Ramon Berenguer, hijo de Berenguer), donde otras lenguas como el castellano usaban un sufijo (López “hijo de Lope”). En la Cataluña occidental también se utilizó en ocasiones el nombre de la madre en función de apellido. En el caso de los eclesiásticos y hasta después del siglo XI, sin embargo, se acostumbraba a adjetivar a una persona simplemente con el cargo que ocupaba: monje, clérigo, obispo, abad…
Es a partir del siglo XI que la nobleza empieza a acompañar su nombre personal con la fórmula “de + topónimo” para marcar de alguna manera sus posesiones territoriales. Del mismo modo, las clases inferiores se valen de una construcción similar donde, pero, el topónimo acostumbra a ser menor (Vall, Coma, Vinya) o de un país extranjero. Además, con el tiempo, el conjunto de lo que después será los apellidos se enriquece con elementos procedentes de apodos, circunstancias del nacimiento, fórmulas de buenos augurios, etc.
La fijación de los apellidos se establece en los siglos XIII-XIV, aunque la gran cantidad de ellos que, por ejemplo, proceden de nombres germánicos que ya no estaban e uso en el siglo XII como nombres de bautizo, indican que el proceso había empezado ya mucho antes. Es a partir del siglo XIV que podemos afirmar que el apellido se fija a una determinada familia y se transmite de padres a hijos dando lugar a los linajes. La fijación ortográfica de los apellidos, con muchas matizaciones y muy sometida a la influencia de las lenguas dominantes en cada momento, se consolida a partir del Concilio de Trento (1545-63) que establece la obligación parroquial de llevar libros de registro sometidos a la revisión y aprobación de los obispos en las visitas pastorales. Por lo que respeta a la Tarraconense, el quinto concilio (1555) establece solo la obligatoriedad de llevar dos libros, el de bautismos y el de óbitos.
La regla de sucesión del mismo apellido de padres a hijos no se siguió siempre de manera rígida, ya que en ciertas zonas de Cataluña y en determinados momentos existía el derecho de la heredera (pubilla) rica a imponer su apellido al mismo marido y a los descendientes de ambos. En el caso de unión entre dos herederos (hereu y pubilla), podía suceder que apareciera un nuevo apellido con la unión de los de ambos (Camp-Pedrós o Camppedrós).
La norma general, al menos entre las clases populares, fue el empleo de un solo apellido hasta bien entrado el siglo XIX. Algunas veces se añadía a este apellido algún modificador que ayudara a la distinción entre personas del mismo nombre y apellido en una determinada sociedad (Major “mayor”, Menor, apodos diversos, nombres de casa, topónimos de origen o residencia). Hay que decir pero que la costumbre de la nobleza de usar el apellido paterno más el materno fue imitado en mayor o menor medida por otras clases sociales.
Por lo que respecta a las mujeres, a partir del siglo XII, cuando se casan pierden el apellido paterno y adoptan el del marido. Durante un periodo (XVI-XVII/XVIII) existe la tendencia documental de consignar este apellido en forma feminizada (Josepa Cantona, mujer de Pere Cantó; Maria Tillona, mujer de Guillem Tilló). Esta costumbre a permanecido popularmente en Mallorca hasta la actualidad, donde la mujer de alguien apellidado por ejemplo Jordà se la llama na Jordana. Al menos a partir del s. XVI en Mallorca y con ejemplos que aún detectamos en la zona de Lérida a principios del XIX, la mujer casada se la denominaba con dos apellidos: apellido del marido más el apellido paterno. Así Anna Prat (hija de Joan Prat) cuando se casaba con Josep Valls pasaba a llamarse Anna Valls y Prat. El sistema, como también el de la feminización, tendía siempre a imponer a la mujer apellidos “masculinos”, ya sea el del padre, el del marido, el del marido feminizado o el del marido más el del padre.
La legislación española a partir de la Ley del registro civil establece el doble apellido (paterno más materno), mientras que en la Cataluña francesa y en la ciudad italiana de Alguer sólo se utiliza el apellido paterno que, además, las mujeres pierden al casarse, adoptando el del marido. Si el sistema francés y italiano parece más próximo al catalán clásico, hay que reconocer que el español es más respetuoso con el legado onomástico de las familias de ambos progenitores y más después de permitir que el apellido de la madre pueda ir en primer lugar (lo que, pero, complicará las investigaciones genealógicas).
Autor: Santi Arbos